15 de junio de 2011

¿Abdicación por amor o traición?

Nació para ser rey, pero abandonó el trono al cabo de once meses. Se dijo que por amor, pero nadie mencionó las intrigas políticas que se tejieron alrededor.

Tras la correspondiente luna de miel en el Orient Express, Eduardo, ex rey de Inglaterra y su esposa Wallis, duquesa de Windsor, se establecieron en París. Sus amigos les ofrecieron entonces una gira por Alemania. Pero el que debía ser un itinerario turístico se convirtió en una verdadera campaña propagandística en apoyo del Tercer Reich.

Eduardo, muy halagado por las recepciones multitudinarias que se sucedían, aprovechaba cualquier ocasión para hablar alemán -lo que hacía a la perfección-, y respondía gustoso a las aclamaciones del pueblo con el saludo nazi. Los duques también fueron recibidos en Berchtesgaden por el propio Führer, Adolfo Hitler, con quien el duque mantuvo una larga conversación privada cuyo contenido nunca trascendió.

Hitler agasajó a los duques con té, mozos de guante blanco, rígidos oficiales de la SS, hermosa vajilla con el monograma "AH" en oro, y conversación amable, algo en lo que el Führer era un experto. Después de haberse despedido, acompañándola galantemente hasta el final de los escalones, Hitler dijo de Wallis: "La duquesa habría sido una perfecta reina. Una lástima que no lo haya logrado. Si por ese entonces el rey me hubiese pedido ayuda, yo le habría conservado el reino".

Hitler consideraba que Eduardo se mostraba amistoso con la Alemania nazi y pensaba que las relaciones angloalemanas podrían haber mejorado a través de Eduardo, de no haber sido por la abdicación. Albert Speer, compañero nazi de Hitler, lo cita directamente: "Estoy seguro que a través de él se podrían haber logrado relaciones permanentes de amistad. Si se hubiera quedado, todo habría sido diferente. Su abdicación fue una grave pérdida para nosotros".


El libro El Rey Traidor, del historiador galés Martin Allen, basado en datos que encontró entre los papeles de su padre, el historiador Peter Allen, certifica que la abdicación de Eduardo VIII enmascaraba otra razón.
Eduardo pretendía aliar su país con Alemania. Su padre, Jorge V, emparentado con el káiser Guillermo II, había abandonado a fines de la Primera Guerra Mundial su apellido alemán, Sajonia-Coburgo-Gotha, para adoptar el más británico de Windsor. Debido a su terror al bolchevismo, su heredero Eduardo se acercó al régimen nazi. Poco antes de morir, Jorge V, muy inquieto, confesó al primer ministro Baldwin: "Cuando muera, ese muchacho se arruinará en doce meses...". Dicho y hecho.

Ya en el trono, Eduardo VIII empezó a declinar rápidamente cuando las autoridades y altas jerarquías que lo rodeaban comprendieron que su conducta caprichosa, su insistencia en entrometerse en política, sus inclinaciones dictatoriales y su fascismo declarado eran señal inequívoca de que el nuevo rey iba a representar un problema político y constitucional de primera magnitud.

Eduardo, dice Allen, era un fanático consciente de la ideología nazi, y no un ingenuo simpatizante de Hitler y aun antes de ser rey estaba convencido de que la Rusia soviética era una amenaza trágica para Europa y elogiaba abiertamente a la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Y ése, dice Allen, habría sido el verdadero motivo de abdicación tan apresurada. Inglaterra no podía tener un rey fascista. El 10 de diciembre de 1936, Eduardo VIII anunció por radio su abdicación, aparentemente por amor.


Delante del Palacio de Buckingham, en pleno centro de Londres, se manifestaron quinientos Camisas Negras de Oswald Mosley, haciendo el saludo fascista y gritando: "¡Queremos a Eduardo!" y "Uno, dos, tres y acierto, Baldwin vivo o muerto!" Otros Camisas Negras se manifestaron ante la Cámara de los Comunes, agitando pancartas que exigían: "¡Echad a Baldwin!¡Apoyad al rey!"

Al día siguiente por la mañana hubo una concentración masiva de fascistas en Stepney y, ante un público de tres mil personas, sir Oswald Mosley exigió que se sometiera la abdicación al arbitraje del pueblo. Se rompieron ventanas y en las calles hubo peleas entre fascistas y socialistas. Gran Bretaña parecía al borde del abismo.

El 3 de julio de 1937 Eduardo y Wallis Simpson se casaron en Francia. Entre los regalos de boda había una cajita de oro con una inscripción, aportación personal de Adolf Hitler. La luna de miel comenzó con un viaje que incluía 226 maletas y baúles, 7 criados y 2 perros. En Venecia, los recibió una vitoreante multitud italiana que no paraba de hacerles el saludo fascista

Las banderas de las fasces mussolinianas ondeaban alegremente en el aire de la tarde soleada, y Eduardo, libre ya de las prohibiciones del gobierno británico y del Ministerio de Asuntos Exteriores, deleitó a la multitud estirando el brazo con la palma abierta para devolver el saludo al nuevo régimen italiano, repitiéndolo muchas veces mientras el cortejo ducal, protegido por la policía italiana, cruzaba la atestada estación y salía a la plaza donde aguardaban las góndolas. Las había enviado el mismo Mussolini y llevaron al grupo hasta el Lido. Ya los estaban esperando en el Hotel Excelsior.

Al partir, un funcionario entregó a Wallis un centenar de claveles, de parte de Mussolini. Subieron al tren, sonó el silbato, y cuando el convoy se puso en movimiento, el sonriente Eduardo, de pie ante la ventanilla abierta, despidió a la multitud con el saludo fascista. El gesto fue recibido con un hurra de júbilo y un millar de brazos estirados.


Al día siguiente, los duques llegaron a Crossensee, donde estaba el cuartel general y campo de instrucción de las SS Totenkopfverbände (unidades SS de las calaveras). Allí, una banda interpretó el himno nacional británico, mientras una expertísima guardia de honor presentaba armas. Eduardo dio el saludo nazi e inspeccionó las tropas, yendo y viniendo ante las filas formadas, con el SS Reichsfürer (jefe nacional de los SS), Heinrich Himmler, a su lado.

Aquellos hombres eran la flor y nata de las SS; integraban la guardia de honor de Hitler y le habían jurado fidelidad hasta la muerte. Eran los SS mejor equipados y entrenados, aquellos a quienes se podía confiar las misiones más arriesgadas e impopulares al servicio de la nación, desde morir combatiendo hasta conducir a los judíos de Europa a las cámaras de gas.

Eduardo recorrió todo el cuartel, desde la imponente puerta principal hasta los pintorescos barracones techados con paja, pasando por las aulas donde los reclutas recibían el curso completo de adoctrinamiento ideológico que se exigía para ser miembro de las SS; en esas aulas los jóvenes aprendían prehistoria aria, seudoantropología y la falsificada historia de la mitología nazi. Terminado el recorrido, Eduardo vio lucirse a la crème de la crème en el campo de desfiles: tocaban las bandas, ondeaban las banderas, y Eduardo estaba en éxtasis.

Durante y después del periplo, que concluyó con la visita a Adolfo Hitler, los esposos alabaron sin cesar los logros del régimen hitleriano, y ello provocaba disgusto en Londres, pero también temor, ante su imprevisible vuelta a Inglaterra como portavoz de las excelencias del nacionalsocialismo. 

De hecho, nada más poner un pie en la isla, Eduardo empezó a propagar que la guerra era un desastre y que se debía buscar un acuerdo pacífico con Alemania. Detrás de ello, se tejía la posibilidad de colocarlo como rey de Inglaterra, títere de Hitler. Por todo ello subyacía la idea de que Eduardo podía encabezar un partido favorable a la paz que le restituyese en el trono británico y concluyera las hostilidades, y del que Bedaux sería el enlace con Alemania. 

Al estallar la guerra, el duque se convirtió en un motivo más de preocupación para el Gobierno británico, que le otorga el pomposo título de General Mayor encargado de las relaciones de la comandancia francesa de París, con la esperanza de mantenerle entretenido. El duque se entretiene, pero a su modo. Por ejemplo, pronunciando discursos pronazis en Verdún para sonrojo de Buckingham Palace.


Eduardo fue destinado a Francia como oficial de inteligencia militar, este puesto le permitió inspeccionar más de 1500 kilómetros de defensas francesas. Desempeñó esta función notable éxito, pero pronto cayó en la órbita del encantador multimillonario norteamericano Charles-Eugéne Bedaux.

El hombre, que había sido espía alemán durante la Gran Guerra, era ahora un ferviente nacionalsocialista, con importantes contactos entre los dirigentes del Tercer Reich. Uno de ellos era el todopoderoso Hermann Göring. Bedaux instrumentalizaría el resentimiento de Eduardo de Windsor hacia los británicos a favor de Hitler, tejiendo a su alrededor una inextricable maraña en la que el duque fue cayendo casi sin darse cuenta.

A Bedaux relataba sin tapujos el duque de Windsor todo lo que había visto como inspector de las defensas francesas. En febrero de 1940, el ministro alemán en La Haya, el conde Julius von Zac-Burkersroda, afirmó que el duque había filtrado los planes de guerra de los aliados para la defensa de Bélgica. Tal vez Eduardo no advertía -o tal vez sí- que todas esas informaciones que confesaba a Bedaux pasarían a manos alemanas.

Los servicios secretos británicos comenzaron a sospechar del duque, por lo que sus movimientos le fueron limitados, y se le indicó que dejara de frecuentar a su millonario amigo. Incumpliendo esta última petición, se trasladó a su residencia parisina del boulevard Suchet, en la que organizaba grandes fiestas, completamente ajenas a la obligada austeridad que la guerra requería.

La derrota francesa de las Ardenas fue el resultado de la traición del duque. El avance del ejército alemán sobre París obligó al matrimonio a trasladarse a la lujosa residencia de La Cröe, en la Costa Azul y más, tarde, ante el armisticio franco-alemán, se trasladaron con su séquito a España, instalándose en el madrileño Hotel Ritz. Como invitados especiales del general Franco, ocuparon la suite 501 del hotel.

En esa etapa, el duque ya no reprimía sus impulsos totalmente contrarios a Winston Churchill y asegura a sus amigos alemanes que la paz llegará pronto si seguían bombardeando Londres.


Continúa en » Operación David: el intento de secuestro frustrado del Duque de Windsor



» La conexión Wallis Simpson-Joachim von Ribbentropp
» Matar al Rey: enigmas sin resolver en el intento de asesinato de Eduardo VIII



Las últimas noticias de Coronas Reales